Aunque a muchos nos suene raro el hecho de que mientras se hable de paz se haga la guerra en Colombia, esas conversaciones son la única esperanza actual de que se acabe más de medio siglo de conflicto armado. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha asegurado que las disputas armadas entre las FARC y los militares colombianos, y los atentados de parte de esa guerrilla a los civiles alejan al país de la paz, y está en lo cierto, porque sigue muriendo gente.
Y no habrá tregua durante la Navidad, mientras se habla de paz, no habrá un cese al fuego, ha dicho Santos. Algunos analistas aseguran que es la única manera de que se controle la violencia en el país. La desconfianza hacia la guerrilla es un sentimiento nacional. Las FARC atacaron esta semana dos poblaciones colombianas dejando más de una veintena de civiles heridos y pusieron bajo hostilidades o “secuestro” por horas a un departamento colombiano.
Y si bien la seguridad del país y el éxito de las conversaciones preocupan hay un factor propagandista que indigna, pero que parecería ser inevitable por el escenario de las conversaciones: La Habana, epicentro de la tiranía castrista. Una guerrillera de las FARC salió esta semana publicada en una revista alemana diciendo que las fuerzas armadas colombianas abusaban de las guerrilleras cuando las capturaban y hasta les cortaban los senos. Sea cierto esto o no, indigna que además niegue que las FARC abusan de sus mujeres y de sus secuestradas y de los niños y niñas que secuestran y adoctrinan y afirme que las mujeres de las FARC llevan una vida emocional estable.
En el 2011 la inteligencia de la policía colombiana, basada en documentos y testimonios de desmovilizadas, sacó un informe que se publicó en diferentes diarios alrededor del mundo que describe las numerosas torturas, castigos militares, abandonos de bebés y abortos inducidos que sufren las mujeres de las FARC, causados por las FARC, tanto por hombres, como por mujeres de su jerarquía. Eso no es todo, muchas de esas mujeres fueron niñas que arrebataron de sus familias a los 13 y 14 años y adoctrinaron.
También está el otro lado de la moneda. Por ejemplo el caso de la ex guerrillera desmovilizada que cuenta que prefirió aguantar abusos de las FARC que aguantarlos de parte de su familia y de su propio padre, porque al menos en las FARC luchaba por una causa.
Ambas situaciones son causas directas de un país en que la desigualdad social ha imperado. Pero en el que también ha imperado una guerrilla financiada por el narcotráfico, que opera con actos terroristas. Y una guerra desigual con la que la gran mayoría de los colombianos no está de acuerdo.
Los líderes guerrilleros, con Iván Márquez a la cabeza, ahora instalados como unos legítimos líderes en Cuba, abogan por unos cuantos colombianos como si sus seguidores fueran la mayoría. Colombia quiere igualdad, pero no está ciega a las atrocidades cometidas por la guerrilla. Así que por lo pronto, a aguantar con tolerancia los comentarios propagandistas de la guerrilla, alguna prensa de extrema izquierda europea que con falta de información les cree, y el escenario de las conversaciones. Y a prender la vela, confiar en el gobierno colombiano y pedir la paz. Las cartas están sobre la mesa.