Octubre es el mes de crear conciencia acerca del bullying o, dicho de otra forma, de las personas que acosan o amedrentan. Este mal que acecha a nuestra sociedad con más fuerza de lo que pensamos y no solamente a los niños en las escuelas sino a adultos de todas las clases sociales, profesiones y colores. Un mal que se puede resumir en una palabra: intolerancia.
Una periodista de LaCrosse, Wisconsin, fue noticia nacional cuando lo vivió en carne propia después de recibir una carta hostil por su sobrepeso, la cual decía que ella no proyectaba una vida sana para sus televidentes. Ella respondió en el aire que si no la conocían y no conocían sus valores era muy difícil que la juzgaran por su peso (hay personas que son obesas por problemas de salud, por ejemplo, y no necesariamente porque no quieran adelgazar). El precio de salir en televisión, dicen algunos. O las frustraciones de otros, que no toleran el éxito.
En este país somos libres de expresarnos como queramos pero ¿dónde se traza una raya cuando nuestras expresiones ofenden la integridad emocional o mental de otras personas? Es el caso del joven gay que se suicida por haber sido intimidado en su universidad, o del profesional que no regresa a su trabajo porque no soporta más burlas de los empleados que no gustan de su nacionalidad y después no tiene con qué comer. O el odio que ejercen algunos cuando no se comparte religión o ideología política.
Creeríamos que no debería existir en esta tierra de libertad. Pero la intolerancia existe. Un lector me contaba como un afroamericano fue amedrentado por sus compañeros hasta más no poder, pero resultó que era karateca (los que lo molestaban no lo sabían) y se defendió. Gigante sorpresa se llevaron sus acosadores. Sin embargo, el afroamericano fue castigado por defenderse.
En Estados Unidos los índices de bullying muestran que más de 160,000 niños al año sufren de dicho problema, según Bullying Statistics, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a las víctimas. El bullying empieza desde temprana edad; uno de cuatro niños es víctima de algún tipo de acoso por su raza, etnia, género, religión u orientación sexual, y se dice que los datos de adultos son impresionantes pero más difíciles de seguir porque tienden a callar por miedo a perder sus trabajos.
En nuestra comunidad he visto cómo lo viven personalidades en cargos públicos y hasta comentaristas y analistas que en cuanto encuentran oposición a sus ideas, ya sean políticas, económicas o sociales, reciben amenazas en el internet o por correo basados plenamente en apariencias físicas, raciales, de nacionalidad o en difamaciones. (Difamaciones que valga la pena recalcar pudieran ser llevadas a los tribunales). Y reitero, se es libre de decir lo que uno quiera, pero también se debe tener claro que pudiera tener consecuencias fatales para las víctimas de bullying y para el amedrentador mismo.